Capítulo 4 "Cuando
Sea Tu Hombre"
(Osvaldo)
Observo detenidamente como la muchedumbre pasa de un lado
al otro y se dejan llevar por un sistema que los ha ido consumiendo sin que
ellos se den cuenta. Ojalá y a mí se me
ocurra una idea como esa. Eso sería muy genial. Tener en mis manos a cientos,
miles de personas. Manejarlas a tu antojo. Mi lado oscuro se puede observar en algunas ocasiones
y eso genera mucho conflicto entre nosotros dos.
Es muy nefasto observar a cada una de las personas que se
presentan cada día frente a mí. Ser hijo
de uno de los magnates del país tiene un
lado bueno. Pero no debo abusar eso. Eso me convertiría en un tipo muy
diferente. Usaría a las personas como objetos. Mi único objetivo sería el
dominio del mundo. Mi ejemplo a seguir sería el de Hitler pero no sería tan egocéntrico
como lo fue él.
Todo se ve tan formal que aburre. Por mi parte, puedo
decir que odio los eventos en los que se tiene que ir de etiqueta. Aunque las
chicas no se ven tan mal en esos vestidos de diseñador. Algunas exageran un
poco. Otras tienen gustos muy peculiares y al decir PECULIARES no es cualquier
expresión.
Veo a un chico fornido, de éstos que les gusta posar para la cámara. Él va
vestido como dictan las normas, protocolos y
lineamientos que quién sabe estableció. Lleva un sobrio smoking gris, una camisa blanca de lino y una pajarita. Un color
gris que contrastaba a la perfección con un look de lo más desenfadado.
Tiene una especie de Tupé como peinado. Un despampanante
reloj en su muñeca. Y una barba al puro estilo “Senneca Crane” que provocaba
algo así como convulsiones en las mujeres que se topaban con él en el evento.
— ¡Osvaldo ya deja de verte en ese espejo! Me dice mi
padre en un tono tan autoritario. — Se
ve tan formal con su smoking color gris Oxford y su corbata color gris y matizada
al estilo 007. En cambio yo soy un poco
vanidoso cuando se trata de impresionar. Espero y todo esto resulte
satisfactoriamente bien.
— ¡Papá recuerda que estoy aquí por ti! — Veo una
expresión de alegría en su rostro. Él siempre ha sido tan sobreprotector
conmigo. Aunque él esperaba que estudiará Ciencia Políticas en Harvard. Eso
debió dolerle mucho. Su único hijo estudiando algo diferente a lo que la
Dinastía de los Astabaruaga por convicción había hecho desde que se les
concedió el abolengo.
— Hijo recuerda llamarme Sr. Presidente o Presidente
Astabaruaga. —Volvió a ser el Sr. Presidente. Odio no poderlo llamar por su
nombre.
— ¿Dónde estaban? Los estaba buscando. —Mi madre es tan
dulce cuando habla. Se podría decir que tiene la voz de un ángel. Su vestido de
lino de color blanco de la colección de Dior es exquisitamente hermoso. Resalta
su figura y la hace ver increíble.
—Estaba aquí con Papá, digo con el Sr. Presidente. —Digo
como forma de disculpa. A ella no se le puede hablar de otra forma.
— ¡Omar ya
empezaste a decirle a nuestro hijo que te llame de esa forma! Sabes que a
mí no me gusta la idea de que me llamen “Primera Dama”. — Eso me hace sentir
reconfortante.
—Está bien Madai pero sólo en los eventos usaremos los
títulos de etiquetas. — Se nota un poco de rubor en mamá a causa de esta
discusión. Por su parte, papá se ve tan relajado.
Dejo que comience su eterna charla y me dirijo hacia
el tocador. Todas las chicas se ven tan espectaculares. Espero y ella llegue.
El señor presidente dice que su hijo no debe tener fama de mujeriego. Pero sí
el lo fue porque yo no. ¿Por qué siempre al pensar en eso me llegan las
palabras de mamá? Esas palabras conllevan demasiado peso moral. “Tú no eres
como tu padre, tú eres una mejor persona.”
Mi madre me ha inculcado que cuando me enamoré procuré a
esa chica que por alguna razón, para mi es especial. No sé si es la forma en que me sonríe o la forma en cómo camina.
No soy distinto a otros chicos de mi edad. Lo que sucede es que trato de ser yo
mismo. A veces me dejo llevar por las sugerencias de los diseñadores de imagen
de mis padres. Pero la mayoría del tiempo soy un chico como cualquier otro. Me
enamoró sin querer. Creo que Cupido hace las cosas sin consultarme. Siempre doy
todo de mí sin esperar recibir algo a cambio. Las chicas de estos tiempos están
enamoradas de los personajes literarios de los “best sellers” más populares. Lo cual hace imposible que
ellas se enamoren de una persona real. Ellas esperan encontrar a un chico que
las atienda cuando ellas lo requieran, que las acompañen sin objetar a ir de
compras. Pero en sí lo que ellas más quieren es que les dediquen tiempo. Y que
su felicidad esté por encima de la de ellos. Ellas no esperan que se les regale
un detalle de lujo sino que se les regalé algo con el corazón. Un simple poema.
Algo insignificante para muchos pero muy importante para ellas.
Oigo demasiado ruido y es porque el discurso de mi Padre
está por comenzar. Me dirijo a primera fila. Soy muy torpe caminando. El
ambiente tiene ese delicado aroma. Ése que sólo ella libera cuando camina. No
sé sí son feromonas o qué sea. Lo que sí sé es que es la esencia de mi amada.
Volteo para mirarla y para mi sorpresa la veo acompaña de Cristian. Un amigo de
la universidad. Él se ve formal en su traje color negro con camisa blanca y una
pajarita color negra clásica. Los veo muy contentos. Se ven felices. No puedo
llorar en este instante. Que dirían los invitados y los reporteros al ver
llorar al hijo del Presidente. Mejor decido llorar por dentro. Eso duele más.
No puedo evitar hacer me daño con las mancuernas. El dolor provocado por los
metales es menor que el verla a ella otra vez traicionándome. Iba pedirle
disculpas está noche. Le iba decir que yo sólo quería ser su hombre. Y no por
verla en ese vestido de satén turquesa iba ir corriendo hacía ella como un
tonto enamorado. Ellos caminan hacía mi. La ceremonia comienza y observo la
mano de Cristian deslizándose hacia la fina y delicada de Yamy.
Cuando sea su hombre le daré todo lo que ella merece…
Cuando sea su hombre viviré al máximo cada momento con
ella…
Cuando sea su hombre pondré por delante de mi felicidad
la suya…
Claro. Si algún día sucede.
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